Tal vez te interese leer algo acerca de nosotras y cómo puede influir el rol de género en nuestra intención de emprender u ocupar un cargo de alta responsabilidad.
Si queremos afrontar un reto como el de emprender y somos mujeres debemos de tomar conciencia del constructo social del que formamos parte para poder identificar posibles interferencias y que no boicoteen nuestro propósito, y analizar cualidades que nos hacen realmente competentes.
Desde este enfoque diría que el género está atravesado por un conjunto de creencias y valores que se transforman en mandatos, de características personales y conductas, de sentimientos y de actividades que diferencian a mujeres y hombres. Recibimos continuo feedback, sobre lo que se considera masculino y femenino, e históricamente se les ha atribuido mayor valor a las que se definen como masculinas. Además, esto acontece en distintas dimensiones como en el familiar, laboral, académico, mediático o político.
Podría parecer que me desvío con la mención de algunos mandatos de género, pero me parece interesante no dar por sentado que somos tan conscientes de ellos, ya que yo misma como mujer sigo descubriendo muchos en mí. Me gustaría destacar, por ejemplo, lo que se espera de nosotras como cuidadoras a terceras personas, o por ejemplo el de gustar (principalmente a hombres) y responder a cánones de belleza que difunde el contexto mediático y define el contexto cultural, con su contenido subliminal y explicito, siendo el cuerpo el principal reclamo. Pero no solo el cuerpo de la mujer debe responder a ese mandato; nuestros rasgos personales deben ser afectivos y puramente emocionales y, además, nuestra identidad tiende a responder expectativas de nuestro contexto social. Pero los hombres también son víctimas de mandatos como por ejemplo que se espera de ellos el “éxito”, que sean más capaces de asumir riesgos, de controlar las situaciones y que predominen rasgos más racionales, que se legitime el uso de la agresividad en sus diferentes formas ya que las emociones que se les permite mostrar se vinculan con la ira y la rabia. Y en relación al lenguaje inclusivo y cómo puede interferir en nuestras metas profesionales, considero pertinente compartir un experimento realizado en el IES Berenguer Dalmau de Catarroja en Valencia, utilizando frases con el masculino como genérico en el que se incluían profesiones socialmente masculinizadas y otras feminizadas y el alumnado debía representar, a través de un dibujo, lo que les evocaba. En los conceptos masculinizados solo se imaginaron un 7.55% de mujeres frente al 92,45% y, en los feminizados con el masculino como genérico, un 31.73% representaron a mujeres frente al 68.27% de hombres. Y en frases utilizadas con género neutro el promedio de ambas reflejaba un 40.69% frente al 59,31%.
La imagen de la persona emprendedora está ligada a atributos tradicionalmente masculinos y las valoraciones que se realizan sobre la mujer emprendedora tienden a calificarse como en continua falta. Emprender requiere de unas competencias específicas relacionadas con el conocimiento y otras que tienen que ver con nuestros comportamientos y se alimentan de nuestros aspectos psicológicos y sociales. Voy a mencionar las imprescindibles, basándome en la clasificación de Olaz-Ortiz, para poder poner en marcha un negocio, o para puestos de alta responsabilidad, y la relevancia frente al género.
Autoconocimiento personal.
Implica identificar las propias emociones y cómo influyen en nosotras, conocer nuestras habilidades y dificultades. Merecen especial mención para el emprendimiento la autoconfianza y el miedo al fracaso. Están relacionadas con la autopercepción de nuestras habilidades, y esto a su vez está directamente asociado con nuestra experiencia vital y lo que aprendemos (destacar que las mujeres seguimos siendo mayoría en elegir formaciones como educación, humanidades, salud y servicios sociales, periodismo y documentación, ciencias sociales, y al menos hay casi paridad en el ámbito empresarial). Desde la infancia se va construyendo esta percepción a través de nuestros pequeños logros, viendo cómo otras personas cercanas consiguen sus propósitos (aquí posiblemente haya una tendencia de éxito masculina, lo cual ya establece un sesgo en la proyección), en el feedback de nuestro entorno acerca de nuestras capacidades (que para ello es necesario que se hayan alentado cualidades no exclusivas de las esperadas en el género femenino), y la identificación de nuestras emociones y cómo nos influyen. Lo normal es que la autoconfianza fluctúe, lo que importa es la capacidad para recuperarla.
Autogestión.
La autorregulación emocional es una de las competencias requeridas en la autogestión. En relación a esta se han realizado encuestas que muestran que hay muchas variables que hacen que varíe en función de la franja de edad, familia numerosa, nivel de estudios, etc., pero en términos generales, se ha observado cómo se perciben las mujeres cuando están al inicio de la puesta en marcha de su negocio, donde coinciden en sentirse con baja competencia a este nivel. Y tras varias encuestas realizadas a hombres y mujeres, se observa que los hombres se sienten más competentes que las propias mujeres en este sentido. Esto lo relaciono con los mandatos de género con los que introducía el post, donde señalaba en las mujeres que hay un componente más emocional en el rasgo de personalidad. Este aspecto es importante porque apela a la regulación de la impulsividad, a la necesidad del equilibrio y, en especial, a la gestión del estrés, factor influyente en la creación de un negocio. Los mandatos suelen imprimirse en nuestra identidad de un modo que puede contribuir a una identidad equivocada acerca de nuestras capacidades.
Entre las claves para emprender un negocio junto con la definición de metas claras y la gestión de oportunidades es importante destacar dentro de esta competencia el logro; entendido como el impulso por proponerse metas exigentes y que contribuye en la confianza en las propias habilidades, los conocimientos y superar el miedo al fracaso. La iniciativa, que implica no solo aprovechar las oportunidades si no detectarlas. Los aliados para tener iniciativa son las habilidades y los conocimientos. Y el optimismo, para mantener la tenacidad en la superación de los obstáculos.
Dentro de esta competencia se valoran también la coherencia con los valores, la flexibilidad y la adaptación al cambio.
Conciencia social.
Entendida como la comprensión de los códigos de conducta del entorno e identificar los procesos de cambio. El ámbito de la empresa ha cambiado en los últimos tiempos y hay cualidades que antes no se tomaban en valor y que ahora son necesarias como la empatía, la conciencia organizacional (conocer las relaciones clave de poder), lo que permite la anticipación, y la orientación al servicio (conocer las necesidades del cliente). En esta competencia podría decirse que la mujer ha jugado un papel importante en los cambios en el modelo no jerarquizado, siendo relevante el cambio en el estilo del liderazgo donde ahora prevalece la comunicación, la comprensión, la participación, la delegación, la motivación… Son liderazgos transformacionales y beta (pensamiento sintético intuitivo y cualitativo)
Gestión de relaciones.
Son las referidas a las relaciones eficaces y de liderazgo, al trabajo en equipo. Es la capacidad para favorecer el aprendizaje y el desarrollo humano, lo cual es más factible en los estilos de liderazgo antes mencionados. Esta competencia habla de favorecer la gestión del cambio por lo que requiere de rapidez y reducir trámites innecesarios, así como agilizar la toma de decisiones. Para esta gestión del cambio ayudan los conocimientos que se tengan sobre el emprendimiento. En las encuestas se vislumbra la importancia para la mujer de que los entornos laborales tengan buen clima y prevalece la importancia del factor humano.
ENTONCES, ¿DÓNDE PONER EL FOCO PARA MEJORAR SI QUIERO EMPRENDER?
En el exceso de responsabilidad, en la dependencia, en la carga emocional, en la autocrítica excesiva y autoexigencia personal y profesional, en el miedo al fracaso, en la huida del conflicto. En el impulso al cambio organizativo, en cómo percibimos nuestra capacidad para influir, en las actividades de persuasión. En las elecciones académicas y profesionales sesgadas por el contexto cultural, y en la influencia del entorno respecto a nuestras decisiones. Y por último, en el acceso a las fuentes de financiación
¿QUE PUEDO POTENCIAR Y ES UN VALOR?
El factor humano como principio fundamental, los recursos de liderazgo transformacionales, el trabajo en equipo, la flexibilidad, la motivación, la capacidad de integración de grupos humanos, la mediación de conflictos, nuestra flexibilidad, la transparencia, la orientación al logro, nuestra coherencia con nuestros valores. En la tenacidad, en reconocer las necesidades del cliente, nuestra alta capacidad de interpretación y de respuesta a los sentimientos del entorno, así como la interpretación en las relaciones de poder y emocionales. Potenciar nuestra conciencia emocional, autoevaluación, autoeficacia y autoconfianza.
La capacidad de detectar oportunidades, la iniciativa y el optimismo varían según algunas variables con mayor tendencia que el resto de características. Entre las variables que influyen destacar la edad, la educación, experiencia, motivación o el capital.
Estas consideraciones parten de una generalidad y como tal no hay que olvidar que cada una tiene unas vivencias determinadas y unas características concretas. A pesar de ello, este post pretende ser una ayuda al entendimiento y al autoconocimiento desde una perspectiva de género y cómo evitar que eso no se interponga en nuestro camino.