“Conozco más acerca de un hombre subiendo una montaña que en un año de conversaciones” Séneca. Y añado que he conocido más acerca de mí subiendo una montaña que en otras muchas circunstancias.
Si dijera que sabía lo que buscaba cuando empecé a escalar, a subir montañas y soñar aventuras mentiría. Así que no haré apología con lo que empecé buscando en ellas, pero sí puedo contar lo que me encontré y lo que ahora mantiene mi pasión. Y que de algún modo me sirve para mi desarrollo personal y profesional.
Cuando subo una montaña subo la montaña de mi mente; mis fantasmas, mis ambiciones. No me enfrento a ellas, si no a mí, gracias a ellas. Para mi este es el punto de conexión con la vida. Cada acontecimiento que sucede en mi vida, pone en juego aspectos de mí, igual que en la naturaleza cuando persigo un objetivo.
Tengo la opción de escoger diferentes retos, distintos caminos, igual que en la vida. Algunos de ellos pueden ser más exigentes y requieren de mí una preparación y que también forma parte de mi disfrute, aunque haya momentos de flaqueza durante el proceso. Ha habido días en los que se me ha hecho cuesta arriba salir a entrenar, o bien porque estaba cansada de trabajar, o desanimada por no verle el sentido a ese objetivo, o porque aparecían dudas sobre mi potencial, o por calor o lluvia, o bien porque hubiera tenido un problema personal que me quita energía. Lo que me ha ayudado siempre es tener muy claro el objetivo y la certeza de que lo deseaba. Estas palabras bien podrían valer para una meta personal o profesional, o para una aventura montañera.

«El alpinista es quién conduce su cuerpo allá donde su ojos un día le soñaron». G. Rébuffat
En mi caso, esa aventura que me llama, se vuelve más potente cuánto más ordinaria es mi vida, ya que me muevo para buscar resultados extraordinarios. Esta búsqueda excluye al resto de personas, ya que es una conversación conmigo misma. Se tratan de objetivos que me retan a mí en ciertas cuestiones, las que sean en cada momento. No siempre responden a aspectos de carácter deportivo, ni tienen por qué ser significativos para otros en lo profesional o en lo personal. Puede ser desde salir a dar mi primer paseo por el monte tras una operación de cadera, hasta subir una montaña con mayor compromiso y exigencia. Puede ser desde reinventarme en mi puesto de trabajo para encontrar estímulos en lo cotidiano, hasta emprender ofreciendo sesiones de coaching y utilizar la montaña como una herramienta más para el que lo desee. No son extraordinarios porque para el resto de personas lo sean, son extraordinarios para mí. Esta es la clave de lo que me motiva en ellos.
A continuación comparto algunas de las cosas que me aporta este maravilloso descubrimiento.
Volver sin la cima.
Cuando vuelves de una expedición o de una sencilla excursión a una montaña, es común la pregunta «¿has hecho cumbre?». Estamos tan orientados al resultado que nos negamos todo lo que nos ofrece el camino. Recuerdo mi primera expedición a un ocho mil, en Pakistan. No hice cumbre, pero me lleve infinidad de cosas, y concretando alguna me llevé aprendizajes acerca de cómo reacciona mi cuerpo en altura, cómo actúa el miedo en mí y qué lo sustenta, cómo funciona mi mente cuando estoy cansada, cómo actúa mi impaciencia sobre un terreno que parece que no llegas nunca al final porque no hay referencias que te indiquen que avanzas, una conciencia corporal sobre mis límites físicos cuando llevo el 26-28 % de kg de mi propio peso en mi espalda, pero sobretodo los límites psicológicos que me pongo yo. En mi siguiente expedición a la codillera blanca, además de entrenar mi cuerpo subiendo desniveles con peso, decidí trabajar los mensajes que me decía cuando estaba cansada, cuando hacía mucho calor o cuando no estaba motivada ese día para entrenar. Y esto me sirvió para conseguir más resultados en la siguiente aventura, pero sobretodo para disfrutar muchísimo más del camino. Todo esto es completamente extrapolable a mi vida profesional y personal. Y aún sigo aprendiendo ya que no siempre lo consigo, pero ser consciente de ello ya me abre una posibilidad.
El miedo y la confianza.
Las situaciones con mucha carga emocional se recuerdan mejor que las situaciones que son más neutras. Tuve un accidente escalando en el que me hice una fractura trimaleolar, en el tobillo izquierdo. Pasé por una reconstrucción de tobillo, una recuperación con secuelas físicas y el fantasma de lo que se avecinaría con el tiempo a causa de esa fractura. Sin contar el máximo dolor que tuve durante muchas horas, días, meses y años. Recuerdo cómo al principio se repetía en mi cabeza el sonido metálico del mosquetón al cerrarse a modo de flash back, porque resbalé justo cuando estaba pasando la cuerda para asegurarme. Resbalé y el mosquetón se cerró sin que la cuerda hubiera pasado. Tenía clarísimo que lo primero que iba a hacer era escalar, y mi primera sorpresa fue la respuesta de mi cuerpo y mente en el primer paso comprometido sin un parabolt cerca para asegurarme tras el accidente. Aquí empezó mi lucha con el miedo. Los sucesos con mucha emocionalidad nos impiden pensar con claridad y actuamos orquestados por esa emoción. Puede llegar a bloquear el pensamiento, que es el que puede hacer de aliado y ofrecer una visión más racional de lo que estamos viviendo en ese momento. Cuando hemos experimentado un acontecimiento en el que ha estado en riesgo nuestra vida se graba de un modo particular. Y no solo el suceso en sí, sino todo lo que lo acompañó, los olores, las texturas, los sonidos o lo que vemos. Por este motivo superar situaciones que recuerden a algo de ese acontecimiento supone un reto por sí mismo. Yo he aprendido el poder de una emoción y cómo es capaz de gobernar mis acciones, a pesar de saber que tengo las competencias para llevarlas a cabo. Este es uno de los retos que hasta ahora está siendo más difícil para mí, y que en algunas ocasiones lo he conseguido superar, lo que ha supuesto una pildorita de confianza para continuar. Las veces que lo he conseguido ha sido trabajando en lo que favorecía esa confianza, asumiendo el coste y el riesgo, teniendo claro mi objetivo y deseándolo con mucha honestidad. Todo esto me ha ensañado también a conocer mi valentía. Wolfgang Gullich ya decía ´en la escalada el cerebro es el músculo más importante´. Y recuerdo que Mark Twight en su libro “Alpinismo extremo” decía que una vía se fracasa antes de empezarla. Es una opinión compartida por muchos, incluida yo.
Honestidad y coherencia. Aceptación.
También pasé por etapas en las que me podía más el querer conseguir objetivos que estaban por encima de mis posibilidades y tuve que aprender a ajustar expectativas y aceptar lo que estaba siendo en ese momento. No solo me ha ayudado a tomar conciencia en cada momento sobre cómo me iba encontrando durante el proceso, si no que el feed back del que era mi compañero o compañera ha sido muy importante en este aprendizaje. Para eso necesité escuchar, no solo a mi cuerpo, si no a las personas que me acompañaban. Que se ajusten expectativas en ese momento no quiere decir que no te puedas preparar para conseguir ese reto. Esto tiene que ver con la honestidad con uno mismo y con la coherencia de cuáles están siendo tus capacidades y cuáles están siendo las circunstancias en ese instante, y si la decisión y objetivo es coherente con lo que deseas conseguir.
Paso a paso.
Este es uno de los aprendizajes más importantes para mí, y nace en mi primera expedición. Para acceder a la cima, primero había que hacer una aproximación de varios días para llegar al campo base, una buena parte por glaciar, y luego empezaba la ascensión en la montaña. Había que atravesar una cascada de hielo, luego una planicie “interminable”, con un calor multiplicado por el sol reflejado en una hoya de nieve, todo esto para llegar tan solo al Campo I. Luego una vertical con cuerdas fijas, llena de personas en fila que se apelotonaban en lo que parecía un cordón sobremasificado de cuerpos tirando de él, luego… y luego. Todo esto restando oxígeno a cada paso desde el minuto uno por la altura, con peso en la mochila, con menos kilos en mi cuerpo cada vez a y cada momento más cansada. Y si pensaba en llegar a la cima se me atragantaban la suma de los pasos que me permitirían llegar aunque solo fuera al Campo I, de hecho, solo pensar en llegar se me hacía imposible. Mario Merelli, alpinista experimentado, estaba en aquella expedición y recuerdo que me dijo al salir de campo base en la primera incursión (se hacen varios viajes al mismo campo de altura para trasladar material): “piano, piano”.

Y con el tiempo me di cuenta de que le oí pero no le escuché. Porque para escuchar me faltaba algo importante que era “entender” que significaba en mi “piano, piano”. Paciencia, confianza en mis capacidades, lo que me digo mientras avanzo, donde pongo mi atención,… paso a paso. Aprendí en la siguiente montaña a concentrarme en cada paso, y a marcarme hitos. Cada hito de una etapa era un éxito. Esto es para mí no pensar en el resultado, mientras trabajo para él, tendiendo muy claro qué quiero conseguir. En mi trabajo me centro en cada parte que me permite llegar al diseño final de un proyecto. Hay aspectos que me facilitan esto, entre ellos una planificación previa y una preparación, para poder pensar en lo que me permite avanzar y no en qué me lo impide. Aún a día de hoy sigo trabajando en el “piano, piano”.
Trabajo en equipo.
Al igual que en la vida, para mí son importantes las personas que me acompañan en ese camino; en esa escalada o en esa cima. En ese proyecto profesional o personal. Algunas compañías favorecen que puedas llegar más lejos y otras te frenan.
Siempre que he realizado una actividad, aunque fuera acompañada de una persona solamente, para mí ya hay equipo, solo por el mero hecho de que pone a prueba aspectos como la comunicación (informar, llegar a acuerdos, escuchar, empatizar…), el reparto de funciones, las responsabilidades, el cuidado, los límites, la organización y la planificación, definir un objetivo común, el liderazgo, etc. En la mayor parte de las ocasiones he escogido la compañía, pero en otras muchas no; me ha venido dada. Esto pone en juego todo el tema relacional, que tanto protagonismo cobra en nuestra cotidianeidad.
Lo diferente de una misma cima.
Y ni siquiera cada cima es la misma en diferentes condiciones. Porque cada una te expone a una dificultad distinta, y por lo tanto te exige unas cualidades distintas, físicas y mentales. Ni cada día de trabajo es el mismo. Y ni si quiera una persona es la misma cada día. Sacar mis recursos para resolver lo que acontece ante el aparente mismo objetivo con circunstancias distintas, es otra cosa que he aprendido subiendo la misma montaña.
Flexibilidad.
Otro aprendizaje ha sido aprender a cambiar de objetivos, adaptarlos. Aceptar las circunstancias que no están a mi alcance, analizar y tomar nuevas decisiones. A veces esto se pone de manifiesto de un modo más potente cuando lo que hay en juego es la propia integridad.
__________________________________________________________________
La aventura empieza con un primer paso hacía fuera de tu zona de confort. No necesitas conquistar la cima más alta o más difícil del mundo. Pregúntate cuál sería tu primer paso hacia esa aventura.